miércoles, 17 de junio de 2009

El ALBERGUE DE LOS SUEÑOS. PRIMER ACTO : EL HOMBRE DE NEGRO...EL COMIENZO.CAPITULO 1




CAPÍTULO UNO
Desperté , súbito y nervioso, con la mente puesta en los dos encuentros fraticidas, que me acechaban ese día.

El alba se asomó a la ciudad de Madrid, despidiendo la negrura mientras los primeros soplos de claridad , se colaron vagos entre la persiana y el alféizar de la ventana . Faltaban escasos minutos para las siete menos cuarto de la mañana y que mi despertador repicase, anunciando el comienzo, de un nuevo amanecer aquel nefasto día de principios de diciembre de 1976.

Un cielo gris plomizo se vislumbraba a través del cristal empañado, al tiempo que se tornaba invisible, al exhalar, el vaho de un vomitivo suspiro desesperado en la ventana. Los transeúntes deambulaban por la calle Atocha, de un lado hacia otro, sumidos en el desasosiego general de una nueva era, con los bolsillos medio vacíos, pero con la esperanza por bandera. Un grupo de hombres formó un corrillo frente al estanco, tras el mercado de Antón Martín,devorando las noticias del ABC. Discutían aireadamente sobre política y fútbol, en tanto , las mujeres aguardaban atrincheradas la apertura de los puestos de verdura y frutas , deseando la caza de las mejores piezas del género , sorteándose unas a otras con sus carritos vacíos, en tiempos de poca abundancia, pero mejores que otros pasados.

Caminé hacia el lavabo con sigilo, e intenté ahogar el crujido de la madera bajo mis pies, para no alertar de mi presencia a don Saturnino. Le adeudaba a mi casero por aquel entonces, la nada desdeñable cifra de diez mil pesetas, por la renta de la humilde y cochambrosa habitación en la pensión Atocha.

Don Saturnino, era un pobre hombre desgraciado desde que su mujer le abandonó por un rojo con el que se revolcaba en un hostal de Gran Vía , en cuanto salía de la sesión vespertina del cine Callao , donde el comunista ejercía como acomodador. Lo único que don Saturnino hizo de provecho en la vida, era haber conseguido heredar , como hijo único que era, el desastre de pensión que desatendía y que con tanto sacrificio fundaron sus padres.

Hasta que la Antonieta se fugó con el acomodador, era un hombre afable y divertido. Después de aquel turbulento episodio, tenía aún peores pulgas, que los perros abandonados en El Retiro. Si como era mi caso, le debías dinero, mejor convenía no cruzártelo en el rellano.

Después de varias semanas esquivándolo con nocturnidad y alevosía, había incluso ideado una alocada estratagema, para descolgarme con la ayuda de una sábana, desde el balcón de la habitación . Con el único propósito de no afrontar mis obligaciones económicas. Nunca lo hice.

Parecía una bailarina de ballet, en una comedia sobre la tarima del Teatro La Latina en miintimidad. Cuando salí de mis aposentos dio, la impresión de que estaba intentando forzarla puerta de entrada a la sucursal del Banco Hispanoamericano.


Iba embutido en el traje menos malo de los dos que tenía , las costuras de mi roñosa camisa me suplicaron que las tirase al cubo de la basura. Me hice un lío con el nudo de la corbata pero al fin logré ligarlo no muy ceñido, no fuese a ser que me cruzase con don Saturnino y mis testículos, subiesen justo ahí, ahogándome al aplastarme el gaznate.

La madera podrida de la escalera y el crujido del pasamanos, me delató.Al instante, se abrió la puerta del piso del anciano, como fauces lobunas y eché a correr escalera abajo.

-¡Sebastián!, ¡ Sebastián!, sé que eres tú mal nacido, me debes diez mil pesetas vago inmundo.

–Profirió, enérgico.

-Esta noche, más tardar, le pago don Saturnino, se lo prometo-, grité casi alcanzando el portal.

-Más vale que así sea, o no dormirás una noche más bajo este techo , ¿ te enteras?.


Las últimas palabras del atormentado don Saturnino, me escupieron en la cara y retumbaron en los oídos durante un buen rato, al tiempo que caminé calle Atocha arriba. Cuchillas afiladas camufladas en la ventisca me cortaron la cara e hirieron mi alma, en el peor de los días señalado en el calendario.


Anduve aterido tres manzanas hasta llegar al Café De Los Oradores. La robusta puerta de roble macizo pareció pesar mil kilos entre mis manos antes de hacerme hueco entre la gente y una densa neblina de humo azulada para alcanzar la barra. Metí la mano en el bolsillo, intentando calcular de memoria, la cantidad de dinero aproximada que palpaba y concluí que si optaba por un buen desayuno , no cenaría . Preferí lo segundo, porque aquel no era un día propicio en milagros divinos para que el billete de quinientas pesetas y las monedas sueltas se multiplicasen , como los panes y los peces.

- Buenos días Sebastián, ¿que va a ser , lo de siempre?- inquirió Jacinto.

- No Jacinto, hoy ponme solo el café con leche, que ya he tomado algo sólido-. Mentí.

- Marchando un café con leche extra largo. Hoy es el gran día , ¿No?.

- Eso espero, estoy temblando y no es tanto por el frío.- Dije, dubitativo , junto a un bostezo.

- ¿Dónde es la cita?.

- La editorial se llama Nueva Era. Está en la calle General Mola, en la esquina con María de

Molina -. Mientras, ojeé la carta que me envió la editorial.

- ¿Eso está en el barrio Salamanca Jacinto? -. Pregunté desorientado.

-Creo que sí, muy al final . Mil metros aproximadamente por debajo del sanatorio de San

Francisco de Asís. ¿Que editorial es esa?.

- Una pequeña. El editor es un tal Ernesto Colmenar.


De camino a mi mesa , tropecé con un cliente sentado delante de mi, de espaldas, al que le eché un tercio de desayuno por el dorso. Esgrimí avergonzado una leve disculpa, girándome raudo al otro lado y al ver que ni se inmutó ,agradecí la certeza, de que no se había percatado del estropicio que le había causado a su abrigo. Crucé una mirada cómplice con Jacinto , mientras me llevaba el dedo a la boca, rogando no me delatase.

Tomé la taza con firmeza al retirarme a la penúltima mesa en el rincón, junto a la librería y volviendo a esquivar la marea humana. Mi mesa predilecta en el Café de Los Oradores era un lugar reservado ,donde tomé varios sorbos del humeante café, mientras pensaba, en como demonios iba a conseguir el dinero, para saldar mi deuda, o en su defecto, poder aplacar al torbellino de don Saturnino.

Sentado allí, desde hacía muchos años atrás, soñaba el día en que entraría convertido en el escritor novel del año y las palabras del discurso diario de medianoche manasen de mi boca, frente al atril en el altillo.

Rememoré las cientos ideas germinales que esbocé en la soledad del rincón en penumbra , los innumerables manuscritos de puño y letra que torneé junto a horas de enriquecedora lectura, en compañía de mis amigos Chéjov y Poe , entre otros.

Guardaba en el bolsillo las últimas monedas y el último billete que me quedaba e imploré al altísimo, para que la reunión pendiente con mi patrón, en la imprenta Hermanos García, se bifurcase de los trágicos derroteros por los discernía en mi cabeza en aquellos momentos.

La imprenta de los hermanos García , era mi trabajo parcial a jornada completa. Esto significaba, salario de media jornada, faena de sol a sol. En un principio, iba a ser un empleo pasajero.Un lugar donde ganarme el pan de nueve a dos, con el que poder pagar la pensión y ya puestos, ojear los modelos de tapa dura en piel, con los cuales iba a encuadernar los primeros ejemplares de mi “opera prima” narrativa que guardaría como recuerdo.La realidad decía que ese lugar, ha sido mi propia tumba, la cual cavé día tras día.Donde me explotaban doblando turnos interminables, pagándome unas cantidades irrisorias no acordadas y tras el cual finalizaba cada día exhausto matando el deseo de aventura nocturna frente a mi vieja máquina de escribir.

La imprenta, pocos años atrás, funcionó a destajo gracias a la afinidad de los García con el régimen del generalísimo. Una parte de las publicaciones que el aparato propagandístico de la dictadura organizaba, pasaba por sus máquinas. Desde folletines, a obras históricas que interesaba publicar. Siempre de autores “subvencionados” ,escogidos a dedo y procedentes de editoriales amigas.

Al tiempo , los dos García, ejercían de tiranos con su proletariado de día, y frecuentaban reuniones sociales de alta alcurnia al caer el sol. Luego, a medianoche, dejaban a sus esposas en sus lujosos áticos de la calle Ortega y Gasset , regresando a los tugurios y prostíbulos del centro, a retozar entre las nalgas de alguna fulana. Cada noche, una diferente.

El reloj del café marcó las ocho y cuarto de la mañana. Absorto entre mis mezquinos pensamientos existenciales y recuerdos de una mísera vida , no advertí que el local se había vaciado de muchedumbre casi al completo.
La cafetera industrial silbaba y escupía vapor . Era una locomotora entrando en la estación de Atocha , en un gélido día invernal. Me imaginé solo en el andén , cuando el tren se salía de la vía y me arrollaba.

Mi consciente deliró hasta que le obligué a volver a atrapar la realidad con la yema los dedos y tras tomar la americana , me apresuré a despedirme y salir hacia la estación de metro de Antón Martín.



- Jacinto, ahora que la democracia se aproxima ,no habrás subido el café con leche, ¿Eh?.

- No Bastian , para ti costara siempre igual, ya sabes que aquí somos de izquierdas. De todas formas , ya está pagado.

-No hace falta Jacinto, que aún tengo para un café-. No muchos más, pensé.

-He dicho que está pagado , no invitado , y anda, arrea que no llegas.

-¿Quién ha tenido la deferencia?

-Ese señor que está detrás de..., estaba detrás de ti, en la mesa del fondo, el del luto.

-¿El del luto?.- Dije desconcertado.

-Si hombre, el que estaba en la mesa atrás de ti, leyendo el periódico nuevo ese. Vestía de negro de los pies a la cabeza, como mi santa madre desde que la palmó padre. El tipo al que echaste medio café en el abrigo, cuando estaba sentado antes en la barra. Me parece que se dio cuenta, pero va encima el tipo y te invita. Lo ves Bastian, hoy tiene que ser tu día de suerte.

-Que extraño. No sé, no me he fijado, estaba en.... .- Dije tras observar el Diario 16 solitario sobre la mesa del fondo.

-Sí , en el mundo de Bastian- interrumpió Jacinto-, tira para el trabajo que se te hace tarde.

- Hasta luego, guárdame un par de éstos canelones para la cena. - Dije ,señalando el expositor refrigerado con las exquisiteces .

-Si tienes éxito desde el altillo, invita la casa.

-No esperaba menos. Hasta luego.

-¡Y suerte!,con García y para esta tarde con el editor.

Antón Martín , línea uno , leí en el cartelón de fondo azul que figuraba en la pared tras el andén de enfrente. Destino :estación de tribunal, le contesté a mi subconsciente.

Jacinto fue uno de los pocos amigos que tenía en el barrio. Guardaba una libreta donde ocasionalmente , apuntaba los menús que le adeudé en época de vacas flacas, las cuales se convirtieron en frecuentes aquellos últimos meses. Siempre le pagué.

Le avergonzaba y temía reconocer en público – supongo que por los prejuicios políticos y tabúes sexuales de la época - , su admiración por el maestro don Federico . “ En gloria esté” , solía decirme a solas, tras lo cual maldecía, un sistema que era carne de cadáver , el cual él había sufrido veinte años mas de los veintiocho con los que yo contaba.

Nunca pudo evitar esconderme el que cuando él echaba el cierre por las noches, se servía una copa de jerez y se relajaba en mi mesa preferida, mientras esbozaba, una especie de sonetos en su libreta de las comandas, intentando emular a Lorca.

Los poemas reposaban cada mañana sobre la almohada junto a Lucía, al lado de una flor.

Así me lo confesó la esposa de Jacinto un día en el que él , se atascó en la última estrofa y tuvo que ser ella la abriese el café, debido al galopante sueño que sufría de su marido.

Dejaba que aprendices de pintores inundasen las paredes de su local ya fuese con obras abstractas, réplicas renacentistas e incluso , algún bodegón.

El Café de Los Oradores, era un cosmos que rezumaba sabiduría y tradición. Junto a los diarios , languidecía una caja de madera llamada “la trituradora”, según rezaba en la pegatina a uno de sus costados. Allí, pasaban a mejor vida manuscritos literarios, los míos incluidos.

Novelas y poemarios de escritores frustrados o rechazados por las editoriales. Al fondo del local, una gran librería de nogal repleta de grandes obras antiguas y contemporáneas, aguardó siempre amable la llegada del próximo visitante junto un estante con discos.

También expectante de sus oyentes , un gramófono y una radio la cual despertaba de su letargo cada domingo por la tarde, para vibrar con las retransmisiones de las correrías de Benito , Pirri , García Remón y nueve ángeles mas por el verde prado del Bernabeu .

Cada medianoche con puntualidad ceremonial, alguien subía al altillo de los oradores desde la época en la que el abuelo de Jacinto, don Raimundo, regentaba el negocio, hacía ya mas de cien años. A hurtadillas desde entonces, tras cerrar el portón del local, y a cara descubierta mirando a la luna nueva- desde hacía pocos meses- , se narraba una historia desde las alturas . Aquella tradición era incluso mas respetada en aquel entonces, que el sermón dominical del Padre Eulogio en la Iglesia situada frente al café , en la convergencia entre la calle Atocha y la calle de San Sebastián.
Las palabras que brotaban desde el altillo fueron la válvula de escape de muchos clientes y amigos del Barrio durante demasiado tiempo de opresión.

Ahora daba igual fuese una opinión sobre un tema de candente actualidad, la lectura o improvisación de un poema, relato corto, o hasta una historia de terror, para lo que Jacinto dejaba el café en penumbra apagando alguna de la luces.
La política, fue reincorporándose con cansina naturalidad aquellos últimos años al repertorio, mientras mi amigo , pensaba en volver a escenificar en poco tiempo, cuando se calmase el ambiente, algunas sátiras comedias .

El veintitrés de noviembre de 1975 , los grises sorprendieron y se llevaron al viejo don Severiano, cuando parodiaba al redivivo generalísimo, con su dedo índice por mostacho. Nadie se atrevió a volver a ironizar con política ni otros menesteres hasta hacía poco tiempo, por si acaso. En el “Café De Los Oradores” , todo lo añejo , olía genuino.



Al subir la escalera de la Estación de Tribunal, me reproché el no haber ahorrado el billete del metro. La hora se me había pegado a los talones. Reptó a modo de oruga convirtiéndose en una sucia goma de mascar que se reía bajo mis pies, imposible de ahogar con cada paso.

Emilio García debía estar aguardando mi llegada, en la podredumbre de su despacho con aquel repugnante habano matutino entre sus dedos.

Acuarelas grises y azulinas se mezclaron en el cielo, que comenzó a berrear. Los edificios mas espigados de la calle Barceló me dieron la bienvenida. Me cobijaron como pudieron del aguacero, bajo sus cornisas, al amparo de las fachadas. Dios vomitaba desde las alturas , e infundió una desmesurada sobriedad agonizante como castigo divino, aquel día infausto.

Enfilé la calle y saludé a La Fama, custodiada por los frondosos árboles de los Jardines del Arquitecto Pedro de Ribera .Los delfines de la fuente querían volar en el aire inundado.Le rogué que hiciese honor a su alegoría, pidiéndole el regalo de reconocimiento y un poco de fortuna. Crucé agitado delante del expresionismo y Art Decó del Cine Barceló , apiñado sobre mis viejos mocasines, que asfixiaban mis pies hasta la exasperación.
El bullicio aceleró aún más mi pulso, al llegar a mi particular campo de concentración frente al mercado Barceló en la calle de Mejía Lequerica, pasadas las nueve de la mañana.

Introduje la acartonada tarjeta amarillenta con mi nombre en la máquina de fichar, por si fuese el caso que alguno de los hermanos, estuviese vigilando. La miré de reojo, y desprecié aquel armatoste quebrado, como alguien despreciaría a un delator chivato. Cuando me giré casi me doy de bruces con la voluptuosa barriga de mi señor.

-¡Sebastián! , quedamos el sábado en que nos reuniríamos a las nueve menos cuarto, antes de comenzar la faena- . Gruñó el mayor de los García.

-Discúlpeme don Emilio , pero el metro se ha retrasado muchísimo.

-Unos días el tren , otros días es el despertador, lo siguiente será el tráfico aunque usted no tenga vehículo.

-No suelo llegar tarde don Emilio. Compruébelo en la máquina de fichar ,- me hice el desentendido-. No volverá a ocurrir don Emilio, discúlpeme por hoy. – Me retracté, agachando la cabeza.

- Eso téngalo por seguro Señor Duval.

Aquellas últimas proféticas palabras , vinieron a confirmar que la intuición con la que abandoné la imprenta el pasado sábado a media tarde se iba a corroborar en escasos minutos.

- Pase a mi despacho, aprisa , que no tengo todo el día- ,ordenó .

- Sí , señor Emilio- ,esgrimí como un corderito entrando en el matadero.

-La cuestión es que tengo que informarle que ésta, será su última semana de trabajo en la empresa...

-Pero... , don Emilio- interrumpí.

-¡Cállese Sebastián!, déjeme terminar, que llevo un día liado.

-Usted ya habrá visto, que desde hace unos meses, se ha ido recortando la plantilla. Martínez, Azuaga, Alonso y todos los demás hasta llegar a su amigo Hipólito, anteayer.

-Pero..., don Emilio..., yo no puedo quedarme ahora sin empleo.

-Déjese de “peros” y de “don Emilios”, yo tampoco puedo quedarme sin empresa, y ese es el panorama hacia donde nos encaminamos desde que el generalísimo nos dejó. – Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, presidía el despacho desde un inmenso cuadro en la pared, tras el mayor de los García. Desde su alargada figura- tan amplia como su nombre completo y el propio cuadro-, clavó sus ojos en mi . Pareció castigarme, por tantas veces que le maldije, ejecutando la sentencia a través de uno de sus discípulos. Era una especie de condena póstuma.

- ¿Me está oyendo usted?, baje de los celajes Duval .

-Le escucho don Emilio.- Volví a la tierra y aparté los ojos de los del Jefe de Estado muerto.

-Unos cuantos monárquicos , demócratas , republicanos, por no nombrar a los puercos comunistas, van a llevar a este país a la ruina. Así ya no puedo mantener tantos mugrientos como vosotros.

Me pareció escuchar en la distancia el disparatado discurso político de Emilio García.
Mientras, absorto en el recuerdo, maldije el día que entré en aquella inmunda imprenta del barrio de Justicia mendigando un empleo.
Yo sabía que su hermano Juan, había logrado cerrar un acuerdo con un pez gordo de Alianza Popular, un ex ministro del Franquismo. La imprenta se encargaría de sus folletines propagandísticos una vez se acercase la fecha de las ansiadas elecciones .

La realidad era que las incipientes novedades tecnológicas, ya no precisaban de tantos humanos robotizados, que cortasen y clasificasen las cuartillas, guillotinaran y encuadernasen los trabajos. Incluso se iban a suprimir, los empleos de los infelices
mulos de carga, gracias a una máquina que incluía una cinta transportadora. Introduciría la producción en cajas, llevándola hasta el pequeño muelle de carga. Amasijos de hierro y cables, destructoras inclusive, del puesto de trabajo encargado de la tarea más simple.

Máquinas al servicio de las artes graficas ,a las que al menos, los García no podrían tiranizar.

-¿Me ha entendido señor Duval ?- inquirió el opresor.

-¿Eh...?, sí ,sí. Le he comprendido. ¿Puedo pedirle un último favor?.

-¿Qué quiere?- . Preguntó en tono seco y amenazante.

-¿Puede usted adelantarme esta última semana de trabajo junto a la liquidación?

-Claro, como no. -Espetó en tono irónico- , la liquidación, ¿se cree usted un funcionario del ayuntamiento?.

La imagen de un vagabundo con mi rostro, tirado en la Casa de Campo,rozó mi subconsciente.

-Olvídese de liquidación, de indemnización y de flautas. Si quiere, vaya a reclamarle a Álvaro Rengifo al ministerio, o al mismísimo Suárez si lo prefiere. Aunque sin contrato, lo lleva usted claro amigo. Yo no le conozco. En cuanto al pago de los días de este mes , ya veremos. Luego lo hablaré con Juan. No le prometo nada. Si no puede ser, se le pagará el sábado y punto.

-Pero..., don Emilio, necesito ese dinero urgentemente. ¿No va a darme esa paga de beneficios que me prometió para finales de año?.

-De que hablas, ¡anda ya!. Yo también necesito una mujer nueva, un coche nuevo y hasta un perro nuevo y no me quejo tanto Sebastián. Ahora puedes retirarte a trabajar, que son horas.

Ya toca que produzcas algo, yo tengo que salir a una reunión.

Me levanté de aquella incómoda silla de madera , la cual hizo aún más cruel la noticia. Mi alma se arrastró por el suelo a la vez que el desgraciado de Emilio García me empujó fuera del despacho, luego ,desapareció a través del vestíbulo. En aquel instante miré hacia la puerta, entreabierta, dudé si entrar a trabajar o salir corriendo de allí hasta llegar al Escorial , para ahogar mi rabia contenida.

Una neblina mortecina, había engullido la ciudad de un bocado. A través de los ventanales empañados de la sala de máquinas, figuras desdibujadas transitaban la Calle Barceló. El tronar cansino de los monstruos metálicos aguardaba la muerte. La llegada de los esquiroles , bombearía brotes de sabia nueva multicolor, desde unos joviales y novedosos
corazones e infringirían una parada cardiaca, al vital órgano monocromático de aquellas maquinas.

Cerré los ojos y vi el Lusitania Express partir a la medianoche desde la estación de Chamartín con destino a Lisboa - Santa Apolonia, a donde viajaban todas aquellas almas sin rostro que deambulaban tras el cristal. Descubrían el Barrio Alto, La Baixa, comerían un delicioso bacalao encebollado en Alfama mientras alguna bella mujer les susurraba un
fado al oído.

Yo mientras, tendría suerte si lograba encontrar un mendrugo de pan ,en las bolsas de basura que Jacinto sacaba del Café de Los Oradores al echar el cierre. Escondido , como un prófugo rojo comunista no muchos años atrás. Simplemente , para que no me viesen convertido en una calamidad de ser humano , mendigando para acallar el rugido de mis tripas.

De repente desperté y observé una oscura silueta que se mezcló con el asfalto tras el cristal, a escasos centímetros del ventanal, sosteniendo un paraguas. Parecía compadecerse de los hermanos Husillos, dos bestias de carga de metro noventa y ciento diez kilos de peso cada uno, que apilaban toneladas de cajas de papel en una esquina del salón. Los hermanos Husillos también hacían las veces de transportistas y repartidores Yo, ni para eso valía ya, pensé.

Pasé el transcurso de la mañana obnubilado, con los pies cargados de plomo y desdén en mis obligaciones. Lamenté mi desgracia, la cual ya duraba demasiado tiempo. A la hora del almuerzo, crucé la calle hasta el mercado de Barceló , donde me había citado con Hipólito en Casa Arturo . Él era el único fiel amigo que conservaba de la infancia.

Por unos instantes, la niebla se disipó y la lluvia dio una tregua. Escaramuzas de claridad radiante, se alongaban sobre los áticos de los edificios en el horizonte.

Al entrar en Casa Arturo, Hipólito ya me esperaba en una de las mesas del fondo. Al contemplar la cara con la que irrumpí en la escena, agachó la cabeza buscándose la punta de los zapatos , con gesto compungido.

-Te ha despedido, ¿no es así?.

-El Sábado lo hará, esta es mi última semana. Respondí cabizbajo.

-Malditos hijos de mala madre, se han hecho ricos a costa de nuestro sudor.

-No te creas Poli. Y de mucho más...

-¡Ese gordo inmundo , debería de reventar de una vez por todas!- blasfemó Poli.

-He visto las facturas y los catálogos de las nuevas máquinas esta mañana, al entrar en el despacho de García el grande,- como yo le llamaba - , creo que son de Dusseldorf .

-De Dussel....¿ qué? , ¿qué material es ese?.

El impropio desconcierto geográfico, de alguien al que el profesor don Segundo había firmado el certificado de bachillerato secundario , arrancó mi primera sonrisa ahogada del día.

-Dusseldorf, Alemania. Que las han encargado a Alemania borrico. - Apostillé con sátira.

-¿Sabes donde está Alemania?

-Sí, ahí fue donde se fue tu madre tras dejarte en el albergue, a cabalgar sobre el pistolón de un general nazi.- Contraatacó Poli.

Esta vez, tras retarnos con el gesto serio e irónico durante dos segundos, rompieron las carcajadas como olas frente a un dique e inundaron todo el local. No se por que extraña razón, siempre nos reíamos de nuestras desgracias. Hacíamos bromas picantes sobre padres y hermanos que ni teníamos en mi caso, o no conocíamos, como en el suyo. Quizás muchas veces, para sentirnos menos desgraciados a fin de cuentas. Mentirnos durante un suspiro y
pensar que no estábamos solos en el mundo. Él, al menos tenía ahora a su esposa y el pequeño. Yo , solo lo tenía a él.

Ni siquiera el insulto más aberrante hería sentimiento alguno, había sido así siempre y creo que lo seguiría siendo, era la muestra más explícita de la amistad y el cariño que nos profesamos.

- Bueno ,¿ y ahora que vas a hacer?.

-Pues no lo se, no me ha dado tiempo de pensarlo, pero algo he de pensar porque le debo diez mil pesetas a don Saturnino. Como esta noche esté con insomnio... mal asunto.

Julieta, la hija de Arturo, se acercó a tomar el pedido por el pasillo. Me quedé inmóvil, con los ojos desorbitados, al observar el contoneo de su cintura e imaginé, el vaivén de sus voluptuosas nalgas tras de sí. Lo cierto es que me sentí atraído por ella. Algún tiempo, al principio de frecuentar Casa Arturo, ostentó el título de futura candidata, a ocupar un trocito de mi desolado corazón. Semanas mas tarde de conocerla, la vi con un cabo del ejército y sucesivos días después, con medio cuerpo de la jefatura central de policía.

Era un año menor que yo , veintisiete recién cumplidos y tenía diez menos por aquel entonces.

Tas cruzar menos de diez palabras con ella, la primera vez que nos encontramos , comprendí que debía convertirme en un soez parlanchín para engatusarla.

También pensé alistarme y defender una patria que odié durante años. Sólo en esos casos podría congeniar con Julieta de alguna forma en aquella época. Nunca me dio por tomar tal decisión en mi adolescencia, aunque ella se afanó por culturizarse y había cambiado significativamente desde aquella época de líos de faldas y pistolas en las que descubrió los placeres carnales.

Advertí la vuelta de tuerca en su personalidad y el desarrollo de su madurez en todos los sentidos a la vuelta del servicio militar en el cuartel militar de Toledo.

-¿ Que va a ser guapos?-. Dijo, triturando goma de mascar con la boca abierta y los labios carmesí.

-Para mi una cerveza y para éste....

-Un café expresso Julieta, gracias. Contesté.

-¡Papá,!-gritó-, una caña para el Poli y un café para el escritorucho abstemio-. Ordenó a voz alzada girándose hacia la barra y dejando a la vista en mi calenturienta mente enferma sus desnudas posaderas.

-Chico, le vas a desgastar los pantalones. Dijo Poli.


Me despertó de la fantasía chasqueando dos dedos sobre mi frente. Luego, introdujo su mano en el bolsillo del pantalón y sacó dos billetes enrollados . Los tendió sobre la palma de mi mano y cerró el puño. Dos relucientes nuevos billetes. Carlos III me miró sorprendido por mi gozo , desde el interior de su orla gótica. Al observar el reverso de papel moneda decidí que antes de arruinar a mi amigo, prefería dormir tirado a las puertas del Prado.

-Ya me lo devolverás cuando puedas. – Dijo, con cara de lástima.

-¡No!, de eso nada Hipólito. Ni hablar. Tu estás en la misma situación, además, ahora con el peque, Teresa está cuidándolo en casa, también sin poder ir a trabajar. No lo puedo aceptar.

-¡ No seas imbecil y coge el dinero!, – recriminó.

-Te he dicho que no Poli. Ya me las arreglaré, somos invencibles, siempre salimos a flote, ¿recuerdas?.

- Yo seré borrico, pero tu eres el cabezón mas grande del reino, Bastian.

Me levante rápido de la mesa y dejé a mi amigo con la palabra en la boca, en compañía de su cerveza.

-Tengo que volver al trabajo Poli, ya me he retrasado esta mañana. Nos Vemos esta noche, si no llego muy tarde a Los Oradores. ¿ de acuerdo?

Hipólito asintió con la cabeza limpiándose con la mano un gran mostacho de espuma sobre sus labios.

-¡Oye, Bastian!

-¿si?

-¿No era esta tarde cuando tenias la reunión con ese editor?

-Sí , a las siete, luego si nos vemos te contaré.

-¡Suerte!

Le hice un gesto con el pulgar hacia arriba y acto seguido remití una plegaria al cielo con las palmas de las manos fundidas en una sola.

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